Creo que no podría decirte cuándo fue la primera vez que
sentí el influjo de la luna. No podría hablarte de la primera vez que me supe loba.
Quizás fue tiempo antes, pero sé que me fue revelado en uno de esos bosques que
recorro en sueños. De repente, durante nuestro abrazo, sentí que una fuerza
exterior, y ajena a mí, regía el ritmo y la oscilación de mis océanos. Ya te
digo, cuando él entra por la puerta, el centro de gravedad de una habitación
cambia. Camina, y mi mundo se concentra en torno a él. No tengo rostro hasta que él me
mira. No tengo oídos hasta que él me habla. Cuando le cuento estas cosas, él se
ríe. Me dice, con esa manera tan suya-ya sabes-entornando los ojos: “Loba, creo
que te tomas demasiado en serio tu papel”. Y acaricia con extremada paciencia,
mi enredado pelo negro. “Tu pelo es tan correoso como tus ideas, querida
Eloise”-me dice sonriendo. Por adorar, hasta adoro ese modo suyo de burlarse de
mí, de arrancarme de cuajo mi “vis trágica”. En eses momentos sólo quiero
pedirle que me domestique. Que tome la correa de mi corazón, y me lleve hasta
su casa. Estaríamos tan bien, tan calentitos. Me recostaría a sus pies mientras
el lee. En aquellos párrafos que le gusten especialmente, él elevaría la voz, y
yo escucharía complaciente. De vez en cuando una caricia caería generosa sobre
mi lomo. Me alimentaría a besos, a chucherías de palabras. Sobre su lecho
jugaría a tirarme la pelota, y yo, a la carrera, la traería de vuelta, entre
mis violentas fauces. Nos revolcaríamos sobre la cama como animales que somos.
Despedazaríamos con nuestras pezuñas sábanas y almohadas. Nos jugaríamos las pieles a la ruleta rusa. Intercambiaríamos
roles, olvidando que él es mi amo y señor, y, cabalgando juntos, aullaríamos a
la luna, que es ama y señora de todos los amantes. Le haría saber que a pesar de
mi aparente ferocidad, y mi deambular salvaje, no existe perra más fiel ni
entregada, que aquella en cuyo espíritu indomable habita la loba.
Pureza.
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar
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Un hueco que camina, que se transforma, ángeles invisibles y ciegos oliendo el rastro, te deseo suerte en esta nueva andadura.
ResponderEliminarEs como un río al que le surge un nuevo meandro, enloquecido, e histriónico. A ver qué sucede...Gracias
ResponderEliminarpobre loba! enamorarse salvajemente!
ResponderEliminarme encantó
beso*
Cierto, Silvia. Es terrible la forma de amar de las lobas....Besos!!!
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