Pureza.
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar

lunes, 23 de enero de 2012

SOBRE LA LOBA Y SU SECRETO DESEO DE SER DOMESTICADA

 





Creo que no podría decirte cuándo fue la primera vez que sentí el influjo de la luna. No podría hablarte de la primera vez que me supe loba. Quizás fue tiempo antes, pero sé que me fue revelado en uno de esos bosques que recorro en sueños. De repente, durante nuestro abrazo, sentí que una fuerza exterior, y ajena a mí, regía el ritmo y la oscilación de mis océanos. Ya te digo, cuando él entra por la puerta, el centro de gravedad de una habitación cambia. Camina, y mi mundo se concentra en torno a él. No tengo rostro hasta que él me mira. No tengo oídos hasta que él me habla. Cuando le cuento estas cosas, él se ríe. Me dice, con esa manera tan suya-ya sabes-entornando los ojos: “Loba, creo que te tomas demasiado en serio tu papel”. Y acaricia con extremada paciencia, mi enredado pelo negro. “Tu pelo es tan correoso como tus ideas, querida Eloise”-me dice sonriendo. Por adorar, hasta adoro ese modo suyo de burlarse de mí, de arrancarme de cuajo mi “vis trágica”. En eses momentos sólo quiero pedirle que me domestique. Que tome la correa de mi corazón, y me lleve hasta su casa. Estaríamos tan bien, tan calentitos. Me recostaría a sus pies mientras el lee. En aquellos párrafos que le gusten especialmente, él elevaría la voz, y yo escucharía complaciente. De vez en cuando una caricia caería generosa sobre mi lomo. Me alimentaría a besos, a chucherías de palabras. Sobre su lecho jugaría a tirarme la pelota, y yo, a la carrera, la traería de vuelta, entre mis violentas fauces. Nos revolcaríamos sobre la cama como animales que somos. Despedazaríamos con nuestras pezuñas sábanas y almohadas. Nos jugaríamos  las pieles a la ruleta rusa. Intercambiaríamos roles, olvidando que él es mi amo y señor, y, cabalgando juntos, aullaríamos a la luna, que es ama y señora de todos los amantes. Le haría saber que a pesar de mi aparente ferocidad, y mi deambular salvaje, no existe perra más fiel ni entregada, que aquella en cuyo espíritu indomable habita la loba.

4 comentarios:

  1. Un hueco que camina, que se transforma, ángeles invisibles y ciegos oliendo el rastro, te deseo suerte en esta nueva andadura.

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  2. Es como un río al que le surge un nuevo meandro, enloquecido, e histriónico. A ver qué sucede...Gracias

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  3. pobre loba! enamorarse salvajemente!


    me encantó
    beso*

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  4. Cierto, Silvia. Es terrible la forma de amar de las lobas....Besos!!!

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La luna reclama tu aullido