El deseo, ese gato blanco que cascabelea entre nosotros, se
despereza en la mirada y arquea su lomo en curva sublime que salpica la
habitación de estrellas. Cómo explicarte a ti, precisamente, que las paredes se
caen mientras hablamos. Un alud de libros se cierne sobre las cabezas, desde la
estantería. Sería mi deseo morir sepultada bajo los poemas de Rimbaud. Las
lámparas, medusas de luz, se desprenden de los techos, y con estrépito de
cristales se aplastan contra la alfombra. La noche yace herida de muerte y
nadie se percata. Deberíamos arrancarnos los ojos y no volver a mirarnos.
Cuando nos miramos el mundo frena la rotación sobre su eje. Puedo sentirlo,
aquí, en este lugar exacto de mis ingles, ese que no se glosa en ningún mapa, y
del que no hablan los libros de anatomía. Pienso que debería existir una ley
que te prohibiera acercarte tanto para no tocarme. Y mientras, nuestros amigos,
inmunes a este nuevo descarrilamiento de nuestras vidas, se divierten. Veo a Silvie tambalearse a la vez que se
lleva una nueva copa de champagne a la boca. Parece querer llamar tu atención y
agita todo su cuerpo como las aspas de un molino. No sé si será consciente de
que este gesto la convierte en una burda imitación de mí, aquélla a la que con
disimulo tanto odia. Puedo sentir los vientos de ira que suben hasta tu boca. Nuestro
momento cae al suelo como ese plato que resbala, y se hace añicos. Y sin pensar
en lo que hago, me llevo las manos bajo el vestido y me quito las bragas que
dejo sobre tu mano. Unas bragas tan blancas como el gato de nuestro deseo. Sin
despedirme de nadie, salgo a la calle mientras tú tratarás de esconder disimulando mi última palabra, esa que te selló la boca con sus encajes. Y
en medio de la noche solitaria me arremango el vestido y le muestro mi sexo al
viento para que se aleje, llevándose clavadas en su carne las uñas de ese gato
blanco que no cesa de arañarme por dentro. Pero el viento no responde a mi
demanda y tengo que procurarme un lugar oscuro para acabar con mis manos
aquello a lo que tú solamente das comienzo...(para leer más Camino de la fiesta
Pureza.
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar
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"Veo a Silvie tambalearse a la vez que se lleva una nueva copa de champagne a la boca. Parece querer llamar tu atención y agita todo su cuerpo como las aspas de un molino. No sé si será consciente de que este gesto la convierte en una burda imitación de mí, aquélla a la que con disimulo tanto odia"
ResponderEliminarImagino cada textura, cada matiz, cada luz, cada escena. Ésta una de ellas, tan cinematográfica! Entre otras tan cargadas de erotismo...
Genial Vera, me encantó!
Sos tremenda!
Bicazo nenaaaa!!!