Pureza.
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar

viernes, 1 de junio de 2012

JARDÍN

 



Yo me creí al hombre que escribía. Aquél que esparcía poemas como mariposas por verdes campos. Sus poemas polinizaban. Al vuelo de sus palabras a las mujeres se nos abrían flores en el pelo, entre los dientes, en los pezones, en el sexo. Por allí donde pasaban sus poemas se extendía una rabiosa primavera. Pero yo soy el único caso que conozco en el que las palabras hicieron un jardín del corazón . Acaso pueda parecer hermoso, poético, vibrante. Y quizás así sea, y yo ya no pueda imaginar la vida sin este corazón florecido. Pero todo don conlleva una retribución. La felicidad presente se sustenta en la futura amargura. Para el que no tenga los conocimientos básicos de botánica, aclaro que las flores del corazón son de entre todas las más exigentes. Para que no se mustien tengo que procurarles constante alimento, por lo que busco incesantemente las palabras del poeta. De lo contrario se sustentan de los nutrientes de mi sangre,  realizan la fotosíntesis con la luz de mi carne, y, lo que es peor, toman el oxígeno directamente del corazón. Mi pobre corazón se asfixia. Algunas noches soy incapaz de dormir mientras escucho su resuello.  Entonces digo el nombre de aquel que escribe. Le llamo con un aliento de estrellas, y las flores de mi cuerpo abiertas en la noche. Le pido lluvia. Le ruego su piedad de palabras. Y como la luna que se despoja de su halo al llamado de la loba, su espectro llega a través de mi ventana con un murmullo de cortinas. Viene a acunarme con el canto de su sexo. Viene y a su caricia las flores de mis senos cierran pétalos. Bajo su peso  la margarita de mi ombligo descansa. Recoge en su cintura la enredadera trepadora de mis muslos. Y al torrente incesante del poema, transforma la flor de mi sexo en flor de agua. Pequeña estigia a la que van a morir pececillos blancos.
Es a su voz que mi corazón recupera el aliento. Son sus palabras las que restauran a sus células el oxígeno.

Pero al alba se va como todos los espectros. Y yo callo. Callo porque yo entre todas las mujeres sé que no se ha de consagrar a mí aquel que consagró su carne al poema. Callo, aunque en las noches solitarias no puedo evitar aullar a la luna.

4 comentarios:

  1. He leido un texto exquisito, tremendo, de otro mundo. No sabia que se pudiera escribir de esta preciosa manera. He leido una obra de arte!!

    Felicitaciones!!!!!

    Besos y se feliz!

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  2. Me gusta la loba con jardín florecido y poeta.

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  3. Brillante!!...disfruté mucho cada letra...

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  4. Absolutamente bello! Tanto así que al comienzo exclamé: ay! dios! y al terminar una suave conmoción se dió en mí. Como remolino de sensaciones que se agolparon de pronto... no sé cómo definir, pero sé que me entendés.

    Uff... bicazos es poco!

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La luna reclama tu aullido