Pureza.
(Basta. Andate. Andá al hotel, date un baño, leé Nuestra Señora de París o Las Lobas de Machecoul, sacate la borrachera. Extrapolación, nada menos.)
Pureza. Horrible palabra. Puré, y después za. Date un poco cuenta. El jugo que le hubiera sacado Brisset. ¿Por qué estás llorando? ¿Quién llora, che?
Rayuela, capítulo 18. Julio Cortázar

martes, 31 de enero de 2012

EL CUENCO

Paolo Franco Orlando    Isolamento numero dodici: crocifiggere il mio desiderio


 
Tengo un cuenco donde recojo mi tristeza,  gota a gota
-mi tristeza tan parecida al agua de lluvia-
Es como si destilara el rocío de una flor, el temblor,
el halo de las lunas de mi cuerpo
-aquellas que, con una mirada, te invito a recorrer-
Caminas como un pájaro negro, con el ala rota
es tu plumaje un trino solitario
-en él emite un último sollozo la luz-
un réquiem que anticipa una miríada de pequeñas muertes
No me importará morir salvajemente en tu cuerpo
Ni me importa que en tu piel se circunscriban mis futuras catástrofes
Si caer hacia ti es darse de bruces y vértigo contra el pavimento
ensayaré el rictus del ángel
y te regalaré mi más bello semblante
Un brote carmesí adornará mi sien con un clavel rojo
-de tan pálido el rostro semejará que a la luna le haya florecido, al fin, el corazón-
Desnuda contra el asfalto, como una sirena arrancada al mar,
como la tierna y laxa miga de un pan vaciado
Aunque sepa que tu cuerpo lleva escrito las palabras
PELIGRO: ALTO VOLTAJE
me arriesgaré a quedarme pegada a tu piel
-decadente momia calcinada-
y al desgajarme de ti, me desvaneceré en el aire como un bostezo de cenizas
No te preocupes,
de los restos de mi hollín sobre tu carne
podrás lavarte con el agua de la tristeza que,  gota a gota
recojo para ti en este cuenco

lunes, 30 de enero de 2012

COMBUSTIÓN ESPONTÁNEA




Vedada
la hecatombe de tu cuerpo
me inmolo 
en la infecunda hoguera
de este inflamable cuerpo mío
-quizás como cenizas al viento por fin logre darte alcance-

jueves, 26 de enero de 2012

SOBRE HERIDAS







Deslizas
el corazón a tus dedos
mientras me tocas
Lo subes
hasta tus ojos
cuando me miras
En espada
lo blande esta boca tuya
durante el beso
Baja por mi garganta,
invade el carril izquierdo
y mi desprotegido corazón
atraviesa
El amor es una herida,
un tajo de luz
que el abismo desangra
Aciago será el día
en el que un beso tuyo
ya no duela

martes, 24 de enero de 2012

LAS SUPERPOSICIONES DE LOBA


Imágenes sustraídas de la red. Desconozco autoría...


En la madrugada despierto confusa hasta que me asomo a la ventana,  para reubicarme,  mientras él duerme. No lo miro, pero podría dibujar su silueta, su modo de viajar entre sueños, a la perfección, con mi dedo amoroso en el cristal empañado de noche. Respiro pájaros antes de encontrarme con la luna. Hoy es apenas un gajo, una lasca de luz en el cielo. Pero al mirarla no puedo evitar pensar en todas las lunas del cuerpo de Auguste, dormido en otra cama, al lado de otra mujer. O, quizás, confrontando su insomnio con la noche, desde otra ventana de esta misma ciudad. A lo mejor, en este preciso momento, la luna aúna nuestras miradas. Y entonces, contemplándola, sería como si nos contempláramos el uno al otro, con la evidencia incontestable de los amantes en la distancia. Ahora quisiera subirme al alfeizar, y comenzar a aullar. Proclamar a los durmientes este amor que hiende el cielo de estrellas. ¿Qué mundo es este en el que las personas no son libres de gritar su amor? El odio sí. El odio es “proclamable”, y en su nombre ondean altas las banderas.  Y al pensar en esto siento como mi cuerpo supura pequeños odios lacerantes. Sin duda, el odio engendra odio. Por lo que trato de regresar a mi pensamiento anterior, aquel que versaba sobre las lunas del cuerpo de Auguste. Sus menguantes, sus crecientes, sus plenilunios. Ser el cielo en donde todas brillen a un tiempo. Cielo plagado de sus lunas. Plenitud lunada. 


En éstas estoy, cuando siento los brazos de Armand torneando mi cintura. Mujer de barro e informes formas. Hasta que unos dedos masculinos me cincelan, lentamente, volviendo el barro en carne rugiente de hambre y de sed. Un hombre me voltea, y se aprieta en mi cuerpo. Mi espalda se enmarca en el frío cristal de la ventana, expuesto a las miradas curiosas y solitarias, que a menudo pueblan la noche. Él sumerge su cara entre mis pechos, y bucea estos océanos como si sólo en ellos pudiera tomar aire. Su rostro emerge para decirme “se te están achicando los senos, loba”. Y en una carcajada, regresa a mis aguas. Aquella nuca de pronto se salpica de lunares. Y ya no es sólo la nuca de Armand, sino también la de Auguste. Auguste reside en el envés de cada caricia, en el reverso de todo beso. Esposo y amante se superponen. Y amo a dos hombres en un solo cuerpo. El éxtasis duplicado. Y cuando en eje rodeo con mis piernas las caderas de Armand, evoco en el descenso la presencia de las "plenilunias" nalgas de Auguste. Más redondas y carnosas que las del hombre que me penetra… Y al nacimiento del temblor desde el núcleo hirviente, y su posterior expansión por el resto de mi corteza, un aullido se cuelga de la noche.  Y se columpia en las letras de un nombre. Un llamado. En un idioma que es el mío, el idioma de la loba. Un idioma que nace en la entraña, y es hijo de la sed. De una sed única e insaciable. Para el hombre que, laxo, se abandona ahora entre mis brazos, es el suyo. Para el hombre que otea la noche desde su ventana, o que quizás toma con furia el cuerpo de otra mujer, también es el suyo. Pero, quizás, para la loba sea tan solo el nombre de la inalcanzable luna…


lunes, 23 de enero de 2012

SOBRE LA LOBA Y SU SECRETO DESEO DE SER DOMESTICADA

 





Creo que no podría decirte cuándo fue la primera vez que sentí el influjo de la luna. No podría hablarte de la primera vez que me supe loba. Quizás fue tiempo antes, pero sé que me fue revelado en uno de esos bosques que recorro en sueños. De repente, durante nuestro abrazo, sentí que una fuerza exterior, y ajena a mí, regía el ritmo y la oscilación de mis océanos. Ya te digo, cuando él entra por la puerta, el centro de gravedad de una habitación cambia. Camina, y mi mundo se concentra en torno a él. No tengo rostro hasta que él me mira. No tengo oídos hasta que él me habla. Cuando le cuento estas cosas, él se ríe. Me dice, con esa manera tan suya-ya sabes-entornando los ojos: “Loba, creo que te tomas demasiado en serio tu papel”. Y acaricia con extremada paciencia, mi enredado pelo negro. “Tu pelo es tan correoso como tus ideas, querida Eloise”-me dice sonriendo. Por adorar, hasta adoro ese modo suyo de burlarse de mí, de arrancarme de cuajo mi “vis trágica”. En eses momentos sólo quiero pedirle que me domestique. Que tome la correa de mi corazón, y me lleve hasta su casa. Estaríamos tan bien, tan calentitos. Me recostaría a sus pies mientras el lee. En aquellos párrafos que le gusten especialmente, él elevaría la voz, y yo escucharía complaciente. De vez en cuando una caricia caería generosa sobre mi lomo. Me alimentaría a besos, a chucherías de palabras. Sobre su lecho jugaría a tirarme la pelota, y yo, a la carrera, la traería de vuelta, entre mis violentas fauces. Nos revolcaríamos sobre la cama como animales que somos. Despedazaríamos con nuestras pezuñas sábanas y almohadas. Nos jugaríamos  las pieles a la ruleta rusa. Intercambiaríamos roles, olvidando que él es mi amo y señor, y, cabalgando juntos, aullaríamos a la luna, que es ama y señora de todos los amantes. Le haría saber que a pesar de mi aparente ferocidad, y mi deambular salvaje, no existe perra más fiel ni entregada, que aquella en cuyo espíritu indomable habita la loba.

viernes, 20 de enero de 2012

CANTO LOBUNO

Foto extraída de aquí ART SHAPE IV



¿Alguna vez has deseado tanto a alguien que has sentido que la propia piel ya no te pertenece?
¿Alguna vez has hecho tuyo el sollozo del viento?
El mundo se equivoca,
el propio cuerpo es la jaula
y el otro, la liberación
Desata de una vez todos mis pájaros
Llévame allí, donde mueren las nieves
Alquílame por esta noche
A pesar de mi plúmbea materia
prometo no arrastrarte hasta el fondo
Será sólo una pequeña deriva
super-ficial,
en la resaca de nuestras pieles
El periplo de una ola, ola, ola..
Erigirnos en cresta para morir en el océano
Restauración de las aguas
Declive de todas las fronteras
Quizás
si nos hacemos mar
sintamos
la anhelada comunión
con
la
luna
Seremos
únicamente
naufragio

CAMINO DE LA FIESTA (continuación)



Antes leer: CAMINO DE LA FIESTA




Durante el resto del trayecto hemos establecido una dialéctica de miradas sobre la superficie del retrovisor del coche. Somos expertos en manejar el lenguaje sin palabras de lo que no se debe decir, ni hacer. Hay un brillo en nuestros ojos que representa paso a paso la dinámica del beso. Me digo que lo que podríamos hacer, ya lo han realizado previamente nuestras pupilas. Entonces ¿por qué es tan acuciante esta sed?. En silencio maldigo a Silvie, y su completa inocencia en el asiento del copiloto. La observo mirando las luces que, intermitentemente, salpican la carretera, su rostro, su sedoso pelo rojo-una fogata en su confluencia con el haz cortante y luminoso-. No lleva puesto el cinturón de seguridad, mis ojos le ordenan a Auguste que acelere. Un coche blanco se interpone en nuestra trayectoria, y en la abrupta frenada, Silvie se hace trizas contra el parabrisas. Pero toda esa escena no es más que un subterfugio de mi imaginación. Yo no odio a Silvie. Sé que Auguste la ama, y en cierto modo yo también la amo, como a todo aquello que compete a Auguste. Él tampoco odia a Armand, aunque, cuando los dos están en una misma habitación, no puedo evitar esa sensación de estar en presencia de dos machos con aspiraciones territoriales. Me recuerdan intensamente a dos pavos reales desplegando su majestuosa cola. Por supuesto que cuando le comento estas cosas, Auguste rompe a reír-de esto no puedo hablar abiertamente con Armand. Al menos no puedo confesarle que yo soy el motivo por el que ambos se pavonean- y me dice medio en broma, medio en serio, que debería dejar de ver nuestras vidas como si todos fuésemos personajes de una novela. Y bueno, es cierto, yo hago eso. Pero a veces tengo la impresión de que la vida está en los libros. Y quizás lleve la razón cuando me acusa de que mi concepción del amor es demasiado literaria, de que utilizo mi amor por él para erigirme en una especie de heroína romántica. Sin embargo,  ocurre con las ficciones del corazón, que es este el primero en creérselas.

Por fin, después de unas cuantas vueltas a la manzana, hemos conseguido aparcar. Pero antes Silvie ha comenzado a mostrarse impaciente, y esta impaciencia ha desembocado en una pequeña fricción entre ellos dos.  Auguste lo ha zanjado todo con uno de sus característicos carraspeos, que yo he interpretado como un “mientras haya gente delante, mantengamos la fiesta en paz”.  Por mi parte, hubiese continuado más que contenta dando unas cuantas vueltas más por el barrio. Pues estaba encantadoramente entretenida descubriendo las figuras que se obtienen al unir los numerosos lunares que pueblan el cuello de Auguste. Pero el evidente mal humor de Silvie me ha despertado de mi ensimismamiento.

Cuando hemos llegado al apartamento de Philippe, éste me ha mirado reprobatoriamente por mi extremada delgadez de estos últimos tiempos. Cosa que ha empeorado cuando me he quitado el abrigo, y ha descubierto el modo en que he venido vestida a su “chic party”. Philippe es de aquellos que piensan que una mujer hermosa ha de sacar siempre el máximo partido a su físico, pero no se trata de machismo, sino de una visión de la vida netamente estética. A Philippe le gusta rodearse de cosas bellas, sobre todo en cuanto a sus parejas se trata. Con su vocecilla atiplada me ha dicho:

-Últimamente vistes como una adolescente con problemas de adaptación.

A lo que yo he contestado:

-Qué bien!...Así desentono menos con tus última conquistas.

Pero enseguida me ha arrepentido. Los que me han escuchado han disimulado, fingiendo que aquello no había sido más que el zumbido de una mosca. Sólo Auguste se ha acercado a mí, y me ha susurrado al oído:

-¿Te has levantado con ganas de pendencia, querida Loba?.

Su aliento se ha quedado unos segundos retumbando sobre mi oído, como si fuera una bola de billar, que tras una complicada carambola, continúa indecisa en el momento de entrar en la tronera.  Hasta que por fin se ha esfumado, eso sí,  con el tiempo justo para que yo sintiera toda la sal del océano derramándose por mi vientre.


(continuará...)

miércoles, 18 de enero de 2012

CAMINO DE LA FIESTA

Imagen extraída de ART SHAPE IV






Armand está de viaje por trabajo, por lo que Auguste ha venido a buscarme para llevarme a la fiesta que da Philippe. Junto a él viene su mujer, Silvie, con su hermoso pelo rojo fuego recogido en un simpático moño. A su modo, Silvie es una mujer bella, pero insiste en llevar esos demasiado sofisticados vestidos negros, que le dan un aire excesivamente estirado, y en cierto modo la avejentan. Sólo su pelo rojo le concede juventud a su rostro, como si ese pelo, que incendia los ojos, no fuera otra cosa que el don que algún hada benefactora le concedió al nacer.

He entrado en el coche y me he sentado justo en el ecuador del asiento trasero. He inclinado mi cuerpo a través del espacio que separa sus dos asientos. Auguste conduce, y yo aprovecho para observar con libertad su cuello oscuro, y el nacimiento de su pelo negro, mientras les cuento un sueño que he tenido esta noche pasada. De vez en cuando cierro los ojos para aspirar con fruición el olor a champú, mezclado con el agua de colonia sobre su piel.... En mi sueño vivíamos en una noche perpetua, y además yo no podía ver las estrellas, hecho que me producía una gran congoja. En ocasiones llegaba a pensar que el cielo no era más que eso, sencillamente un gran lienzo enlutado, o la tapa superior de un ataud, en el que la oscuridad aniquila todo conato de luz. Pero, cuando fruncía los ojos, de repente el cielo se iluminaba, como si se hubiera puesto un vestido de brillantes lentejuelas. Por lo que llegué a la conclusión de que aquella oscuridad de la noche, no era otra cosa que la piel del cielo, la inmediatez de su propia desnudez. Lo curioso de todo esto era que los demás siempre veían el cielo cubierto de estrellas, o adornado por la luna-a la que yo nunca llegaba a ver durante el sueño. En realidad en mis sueños nunca veo la luna. En muchos de ellos la busco, pero nunca asoma, como si me estuviera vedada. Quizás es mi destino de Loba...-.Sólo yo tenía aquella conciencia del cielo desnudo, como una prolongación de mi propia intemperie-o quizás era ésta una prolongación de la intemperie del cielo-. No sé....


Esto viene siendo lo que yo, más o menos, recuerdo del sueño. Pero dudo seriamente que este relato coincida con lo que les conté a Auguste y Silvie. El caso es que, mientras hablo con ellos, mis ojos únicamente se concentran en la nuca de Auguste-hasta que, llegado un punto, ya no sería legítimo llamarle ojos, sino que son sólo una consecuencia de esa bella nuca, tan amada-, y mi boca deja salir las palabras a borbotones. A pesar de la presumible incoherencia de mi historia, y de mi modo caótico de narrarla, de vez en cuando Silvie emite esa risita nerviosa, que quiere significar aprobación, y que yo sólo le he visto utilizar conmigo. En realidad sé que, esa risita un tanto exasperante, no es más que un modo de mantenerme a distancia, un escudo empuñado con el fin de no profundizar en nuestra relación de supuesta amistad. A mí esa risita no me molestaría, casi me resultaría cómoda, sino fuera porque su frecuencia es demasiado aguda para la sensibilidad de mis oídos. Y luego se queda golpeando contra ellos el resto de la noche, hasta incluso después de acostarme. Como si me hubiese pasado la velada debajo de un altavoz, con la música muy alta.

A mitad de camino de La Villette, que es donde nuestro amigo Philippe tiene  su bonito apartamento, me he percatado  de que he olvidado en casa las botellas de Champagne, que me habían encomendado que llevara a la fiesta. Eloise abre la roja boca acusadora, como un resorte, para de inmediato cerrarla, apretando los labios con fuerza. Tanto, que he imaginado que aquel vibrante color rojo, no es carmín, sino el furor de su sangre. Sólo en ese instante Auguste se ha girado, y volviendo su adorado rostro hacia mí, se ha sonreído y me ha dicho:

-No pasa nada Eloise. No esperábamos menos de ti-Y se ha echado a reír sonoramente. Silvie, -a pesar de su evidente enfado-enseguida le ha acompañado, porque ella es de ese tipo de mujeres que siempre acompañan a sus maridos en sus carcajadas. Lo consideran parte del deber conyugal, digamos.

He sentido pena por ella. No es consciente de que aquellas palabras, en el idioma que Auguste y yo hablamos, vienen significando algo así como: “Esas son las cosas que te hacen, esas pequeñas idiosincrasias, amada Loba”. Cuando la seriedad ha regresado a su rostro me dedica una de esas prolongadas y dulces miradas, que caen sobre mí como la más tersa de las caricias....

(continuará...)

martes, 17 de enero de 2012

PENA DE LOBO (O EL ALMA DE LA PIEDRA)

Ilustración de Las Lobas de Machecoul de Alejandro Dumas





Este poema se publicó originalmente en Lekibbutzdeveraeikon





A ese hombre alrededor del cual esta loba gravita...



En la noche
el alma de la piedra
aflora
con la forma de un lobo
que sobre ella
aúlla a la luna

Poco a poco
su lamento
le rasga la garganta
como el arco
la cuerda del violín
Hasta que un temblor lo sacude
y la música
se hace sangre

En la mañana
el cazador
encuentra el cadáver
soñando sobre un lecho
de diminutas rocas
Como miríadas de estrellas
que cansadas de brillar
en la cresta del cielo
con un gesto de despecho
deciden al unísono
apagarse
y caerse

El lobo
permanece impertérrito
con las fauces abiertas
en un último aullido
de bienvenida a la  muerte
La que fue su vida yace
en ese charco carmesí
todavía caliente
en el que la carne precaria del hombre
parece soñar un corazón